Manuel Antonio

Tras el verdor del interior fuimos al Pacifico. Para mis padres era su bautizo en el gran oceano. Especial ilusion le hizo a mi padre por ser el oceano que surcara el injustamente poco reconocido Magallanes, el que le dio fama a Elcano. Tras las alegrias fuimos a contemplar a los monstruosos caimanes del rio taracoles. Nosotros temiamos su mordida, pero nos llego otra, inesperada e igual de ¨sangrante¨. Al atardecer y con los deberes hechos en cuanto a alojamiento nos llevamos una de las sorpresas mas gratas en cuanto a paisajes de Costa Rica; las playas del Parque Nacional Manuel Antonio. Ese baño con los ultimos rayos de sol en un anaranjado atardecer queda en el recuerdo como uno de los mejores de mi viaje. En el pueblo de Quepos combinamos buenas cenas, conciertos en vivo, y alguna de mis escapadillas nocturnas con las chicas que habia conocido en la playa. La suiza sabrina y sobretodo la australiana Tania, con la que practique la salsa y otros bailes, vitales para ¨sobrevivir¨ en la noche cubana y panameña. El segundo dia lo dedicamos a las preciosas playas de palmeras y de arena fina. Por segunda vez hice surf, en un mar abarrotado de surferos; lo mas peligroso era que no te aplastara una de sus planchas. Del surf una anecdota buena y una mala. La buena, la buena... pude surfear bien una ola hasta que se difumino. La mala, que de tanto tortazo y tabla arriba y abajo, esta se rompio. Tras unas tensas negociaciones llegamos a un ¨buen¨ acuerdo con el que me la alquilaba. Del parque destacar su verdor y su asfixiante calor humedo. En a penas minutos la camiseta estaba empapada y se pagaba al cuerpo. No vimos gran cosa de animales, quitando curiosos reptiles e insectos. Tambien impresionantes las playas del interior del parque. Casi virgenes, si no fuera por el turismo...